¿Por qué...? Es una interrogante de cuestionamiento a algo, como ya lo había planteado el filósofo francés René Descartes con su famosa frase: Cogito ergo sum. El qué, en este caso, nos permite preguntar, saber de algo. Es una invitación, también, a la reflexión: pensar antes de existir.
¿Por qué he de coger ese anzuelo? Esa es la pregunta que me hago cuando percibo un insesante bombardeo de obligaciones innecesarias en nuestra cotidianeidad llamada vida diaria.
Por citar un caso común, por qué he de ver todo lo que se muestra diariamente en nuestra vida diaria: cuando viajamos rumbo al trabajo, cuando nos dirigimos a hacer compras, etc. En esa ruta diaria, por qué he de ver todo lo que se muestra: imagenes comerciales, publicidad política (proselitismo incluido), bizarras iconografías, etc. Estos y otros más mecanismos de enganche con propósitos ocultos, donde no existe beneficio mancomunado, estan diseñados para captar nuestra vista, por ende, interesarnos en algo objetivo (oculto) y sumarnos a un inevitable decaimiento del ser: volvermos autómatas, imprecisos de elegir algo y discapacitados de salir del esquema planteado por otras personas (grupos).
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